lunes, 27 de abril de 2009

Los imaginarios urbanos de una exposición


Imaginarios urbanos de Armando Silva. Esa era la obra que no se suponia debía ver, sin embargo arribé al museo y pregunté por la exposición de los vídeo-arte o vídeoclips. La recepcionista de la Biblioteca Luis Ángel Arango se extrañó y me explicó cuáles eran las exposiciones que se estaban presentando. Una de ellas era sobre la Amazonía, la otra era sobre un tal Armando Silva.

Lo primero que leí fue el tag de la exposición, estaba ante los Imaginarios Urbanos. Dicho concepto apela a lo subjetivo y la perspectiva que tienen los transeuntes de una urbe, de ella misma. Evocando en mi memoria me acordé del imaginario que va creando una persona que no reside en su ciudad natal y desea volver a ella. En la cabeza se van gestando imagenes sobre ella y hasta uno comienza a recordar elementos que la rutina mostraba como inocuos. A veces la idealización de aquel espacio anhelado genera sentimientos muy diferentes a los que se gestaban cuando uno era un habitante más.

Al contemplar las fotos de una Bogotá que todavía no conozco, me acuerdo de la ciudad acartonada que algunas novelas emulan, asimismo me acuerdo de lo regional y criollo que se ve reflejada en los documentales de Telecaribe. Entonces entiendo que esos pedazos de ciudad que me enseñan los vídeos son de una Bogotá que nunca conoceré. Contempló ahora, las imágenes de Sao Paulo, Buenos Aires, Montevideo y Santiago. Son lugares que no conozco, pero que cuando observo en la proyección espero conocerlos tal cual aparecen. Es extraño, pero ¿será que un turista virtual puede generar imaginarios urbanos?

A mi me sucede a la inversa, palpo tanto mi ciudad que a veces me olvido cómo son los lugares. Me hace mal estar lejos de mi ciudad, más aún el hecho me obnubila. Ya que uno se acostumbra tanto al espacio en que vive, que al momento de volver a casa los defectos que antes pasaban desapercibidos se magnifican. Es decir el imaginario que creo lejos de Barranquilla choca en el mismo instante en que vuelvo a ser arropado por los vientos Alisios.

En la fría capital obtengo el verde del paisaje incluso en los sitios más cementoides de la ciudad, se aprecia un frondoso árbol o una zona verde. En Barranquilla eso no acontece, el verde de la Arenosa se derrite con el calor y la humedad. Los parques se convierten en reposaderos abandonados en donde las pocas zonas verdes se resumen a la maleza que crece entre los adoquines.

Imaginarios urbanos, un concepto nuevo. Los flanneurs idealizando el espacio en donde se desplazan y 'dándole palo' a las dinámicas que la misma ciudad inserta en ellos.

La exposición me cogió fuera de lugar, debo admitir. El ambiente gestado en esa sala de la Biblioteca es un poco denso y la vez incómodo. Me percaté de que una pareja se había citado en la exposición. Me encontraba sentado frente a una pantalla de computador mientras los dos 'seudo amantes' se sentaban en pantallas diferentes. "Yo miro aquí y tu allá, despues intercambiamos rollos ¿dale?", le dijo la mujer a su acompañante.
El tipo se pusó los audífonos, se sentó y comenzó a mirar superficialmente dos libros de Armando Silva. Por la expresión en su rostro, espero que la segunda parte de la cita haya sido más interactiva.
Mirando a la pareja, caí en la cuenta de que todo el mundo es un vídeo constante. Las personas que estaban en la sala conmigo eran un hipervínculo hacía otro mundo. Los vídeos seguían su loop y a pesar de observar por veinte minutos un medio-metraje en portugués, encontré divertido observar a todos los que se acercaban. Un niño me preguntó si sabía inglés, le negué con la cabeza para seguirle el juego, pero termine jugando solo. El niño se fue y volvió para decirme. "Si no entiende por qué sigue viendo".

Me sentí regañado y observe el vídeo de tres minutos sobre Bogotá realizado por Silva. En ella se hablaba del miedo que genera Bogotá. El miedo a salir de noche, el miedo a estar caminando solo y todos los demás miedos que un transeúnte puede gestar de su ciudad. El vídeo llegaba a una sección en donde se hablaba sobre el cartucho, era algo viejo. Miré la fecha, año 2000. Un indigente hablaba en inglés sobre las drogas. Sentí un jalón en mi jean y el niño estaba otra vez mi lado. "¿Sabe qué idioma es esé?" me preguntó. "El lenguaje del miedo", le dije y me alejé.

El siguiente vídeo me impactó muchísimo. Un rostro era dibujado en agua. Esa escena me acordó a la práctica o arte oriental que se lleva a cabo en los parques, en donde los artístas dejan sus obras sobre las placas de cemento del piso y éstas se van secando con el sol. La obra sólo existe por unos segundos, la materialidad del autor termina por ser efímera pero la intención perpetua.

El vídeo me hipnotizó e intente capturar el preciso momento en que el vídeo se repetía. Una joven a mi lado dijo: "Ay, mira lo pinta una y otra vez". Le devolví una sonrisa, pero en mi interior opiné diferente, pués para mí no era sino un vídeo que se repetía. Regresé a mi infancia cuando intentaba encontrarle el truco a los magos, aunque éste no lo pude descrifrar. La mano pintaba más de una vez. No se especifícaba la duración del vídeo.

Durante todo ese tiempo que estuve en la sala intenté gozarme la exposición pero las personas que me rodeaban me cohibían. Escape del fogaje humano de la pequeña sala y salí de la Biblioteca. Mientras iba caminando me acordaba del rostro dibujado con agua y miraba la dínamica del centro de la ciudad de un sábado por la tarde. Me monté al bus y luego de tanto meditar llegué a una conclusión, de pronto la niña tenía razón. Tanto las dinámicas como los imaginarios se pintan una y otra vez, unos sobre otros.