miércoles, 25 de marzo de 2009

el elefante de Van Sant


El estilo de Gus Van Sant gusta y disgusta. Lejos de haber filmado el guión de Matt Damon y Ben Affleck y haberlo constituído en una gran película, se esconde el descalabro que significó la re-grabación de Psicosis. Ese filme reencauchado que vino a remedar lo mismo que hizo Alfred Hitchcock, incluso el orden y los planos, que eran totalmente idénticos a los de la película originaria. Pero en esta ocasión Van Sant deleitó al público con un excelente idea titulada Elephant.


Los planos largos y bastantes subjetivos parecen ser aburridos para algunos, el mutismo que ronda la vida de ciertos personajes es inocuo para la creación de un punto de quiebre en la trama. Aunque más allá de todos esos recursos y técnicas que el director utiliza, lo fundamental es sentirse dentro del ambiente de aquel colegio estadounidense. El pueblo suburbial típico norteamericano se refleja en esa entrada en donde un automóvil intenta ser conducido en línea recta por una calle otoñal. Asímismo los padres descarriados que se convierten en hijos de sus hijos, y la indirecta que se introduce por la falta de atención y las consecuencias drásticas que luego suceden.


Los padres que no se interesan por sus hijos; muchachos desatendidos que simplemente quieren jugar a matar gente. Y la materialidad que permite el mundo adolescente en otros jóvenes que se burlan, sin escrúpulos de los demás.


Lo formidable de la película es el retrato que se hace del colegio. Los personajes son los precisos y los exactos. Son los arquetipos de cualquier colegio; están los "niños bonitos" de la sociedad estudiantil que son atletas y conquistan a todas las chicas; los alternativos que no se mezclan con los otros pero que tienen una capa de sociedad que los ampara; las niñas plásticas populares que van juntas a vomitar al baño; el ratón de biblioteca que no le habla a nadie, y por último los rechazados que no encuentran un lugar de identificación en ninguno de los arquetipos.


Elephant sabe cómo moldear los sucesos, es más lo plantea de una forma en que la crítica es casi que epidérmica y no se exaspera en el amarillismo de otras producciones que también quieren protestar ante estas masacres. Los diálogos son pocos porque no se necesita inventar toda una trama alrededor de algo que surgió de un evento tan cotidiano como asistir al colegio. Aquí no hay profecias, ni héroes, ni aditamientos, ni nigún otro elemento para enardecer la trama.


Van Sant lo único que hizo fue recrear como el creyó que fueron los hechos. Le inventó unos nombres y unas características a las personas que fueron participes de la Masacre de Columbine y las plasmó en la pantalla. Sin embargo, ese aspecto es lo más grande de la película, tal vez muchos se hastíen por la poca acción al principio, pero imagínense cómo era un día suyo en la escuela.


Al final sólo queda como aspecto reflexivo el título de la película; a veces en la cotidianidad y en la rútina hay problemas que se ignoran, pero que son tan grandes como un elefante dentro de un salón de clases.

lunes, 23 de marzo de 2009

Una metáfora interesante


Para reflejar la caída del muro de Berlín hubiera sido interesante observar el contexto y las situaciones que acontecían en la Alemania de esa época, pues era el epicentro de la muerte del comunismo del siglo XX y además el derribamiento del muro era simplemente el epitafio que los alemanes le otorgaban a ese suceso. Hay excelentes filmes sobre ésto, sí se hubiera querido mostrar material alusivo a ese hecho hubiera preferido ver filmes como Adios a Lenin, que enmarca una situación peculiar en donde un hijo debe pretender que la franja de Berlín sigue erigida en la ciudad para que su madre no empeore en su enfermedad, prefiere no alterarla y por ende decide, por medio de ciertas peripecias, conservar esa consigna a su madre. También, aunque podría ser muy subjetivo y aburridor para el resto de los compañeros de clase, me hubiera gustado observar el concierto de Pink Floyd de The Wall del año 1990, y analizar lo teatral de la banda que se convierte en una metáfora interesante.


Sin embargo, observamos el filme de James Cameron Mitchell, Hedwig and the angry inch. Sinceramente, me parece una idea genial y una historia conmovedora. Además de escribir un musical con base en la historia de una niñera alemana que Mitchell tuvo en su infancia, y que al mismo tiempo era prostituta, él mismo se ha encargado de ser un feroz defensor de los derechos homosexuales y sus temáticas siempre apuntan a generar un espacio de aceptación entre el publico heterosexual. El choque que genera para los heterosexuales el contemplar la historia de Hedwig puede ser un arma de doble filo. Hay quienes entienden y respetan lo que sucede en la vida del personaje, del mismo modo se conmueven con el recorrido que debe hacer el artista para llegar a una felicidad inalcanzable. Como también hay quienes aborrecen desde el primer segundo en que observan al personaje y se asquean cuando comprenden el rótulo de Angry inch.


De igual modo, esta situación es totalmente, opuesta a la que se quiere tratar con lo del muro de Berlín. Así como no me agrado la historia de Los Soñadores de Bertolucci, sí estuve muy de acuerdo con la coyuntura del filme, porque a pesar que la película transcurre dentro de un apartamento, se alcanza a palpar los que está ocurriendo en la calles de la Paris de 1968. En está película no sucede, porque la unica coyuntura que encuentro es la analogía de la primera canción en donde su cuerpo es como la Alemania del muro. Asimismo no le encuentro más porque el homosexualismo viene abriéndose campo desde los sesentas y no le encuentro un porqué a dicha situación con la conmoción que se vivió aquel 9 de noviembre de 1989.


Pero al decir todas estas cosas no quiero desacreditar la buena labor del director y actor, James Cameron Mitchell. El músical es bastante interesante y la historia muy peculiar, le encuentro semejanzas con el trabajo hecho por Pink Floyd con su película The Wall, porque el recurso de las animaciones para enverdecer la trama es algo muy recursivo y genialmente audiovisual. Otro aspecto que me llamó la atención fue el clímax del drama cuando Hedwig y Tommy se chocan en el auto, desde ese punto todo comienza a ser difuso y confuso como si se le dijera al espectador que terminara la historia en su cabeza, puesto que es abstracto. Hedwig alcanza el éxito y se convierte en la cantante famosa que quiere ser. Al mismo tiempo, se corrobora la relación previa que tuvo con Tommy Gnosis, pero al final las dos caras que estaban separadas en su tatuaje se juntan para demostrar la integridad de Hedwig.


A mi básico entendiento, Hedwig y Tommy eran la misma persona, los choques y virulencias de la trama que suceden sólo transcurren en la mente de Hedwig y el choque con Tommy es la disputa entre lo comercial y el valor artístico de su obra. Al final Hedwig es como Narcisso y Pigmaleón en un solo paquete, uno se enamora de sí mismo y el otro de su obra. Así acontece con Hedwig quien se enamora de su alter ego y de su obra en definitiva. Al final se ve al cantante frente a una audiencia mientras se mira con Tommy, en la escena siguiente camina por un callejon solitario y oscuro, es entonces cuando su tatuaje permite entrever lo que realmente acaece.


Muy buena la película, no obstante hay mejores para reflejar los sucesos de finales del año 1989, y de Mithcell también hay otra excelente pelicula que refuerza su tematica de los tabúes sexuales y homosexuales que se titula Shortbus. A pesar de que me pareció buena Hedwig and the angry inch, recomendaría verlo en su formato original de músical, y Shortbus es, a mi modo de ver, la ópera prima de este gran autor.

jueves, 19 de marzo de 2009

Muerte al Yuppie


Psicópata americano es el mejor retrato que se pudo hacer de una década como los años ochenta, es a la vez la versión encarnizada y humanizada de aquel Charlie Sheen en la película Wall Street, y la acepción de una problemática que alcanza nuestros días, como la crísis económica. El personaje de Patrick Bateman es simplemente, una confirmación de las teorías tecnológicas de Marshall McLuhan y el cumplimiento de lo cyborg que el autor estadounidense Phillip K. Dick, viene planteando desde hace unos cuarenta años.


"La década de los ochenta fue la del guayabo", se dice por allí. Se venía de una decada inquietante como los sesenta y otra década pachanguera como los setenta, entonces se cayó en la peor resaca social vista jamás, conocida también como la ultraderecha conservadora. Las personas que crecieron en hogares difuncionales o hippies deseaban dejar a un lado esa faceta para convertirse en algo totalmente opuesto a lo que sus padres eran. Sí uno se percata las series de televisión de los ochenta mostraban visos de esta situación. Hasta el mismo Bateman en una de sus charlas con sus amigos sobre el ex-presidente Ronald Reagan plantea la posibilidad de los viejos valores, los cuales se plantean pero se desvirtuán en el momento de la práctica.


El show de la familia Cosby reflejaba los valores de una familia de etnia negra que intentaba asemejarse a lo que más se pudiera a cualquier familia blanca norteamericana. Muchos le creyeron a Cosby semejante formalidad, aunque fue la actriz que interpretaba a la hija menor quien decidió salirse de esos cánones para demostrar las forzadas conjeturas de la serie, al cambiar su imagen luego de su adolescencia y posar desnuda. Asimismo, Lazos familiares en su introducción mostraba las fotografías de los padres hippies sesenteros pero terminaban en las de los hijos. El mayor de ellos, interpretado por el actor Michael J. Fox, no era sino un yuppie en potencia esperando a salir al mundo laboral.


Los yuppies fueron el virus de los ochenta y más aun el cumplimiento de presagios orwellianos y huxleyanos. La tecnologia brotaba del hombre desde sus manos y se apoderaba de éste, pero no para los fines de optimización humana, sino para convertirlo en un máquina sin sentido. El director James Cameron estrenaba en el año 1984 una película muy famosa titulada, Terminator hecho totalmente analogico para analizar a Bateman, porque qué diferencia puede haber entre los dos. Uno mata por trabajo, y el otro no trabaja por matar.


Ambos son máquinas, entes que vagan por el mundo aprovechándose de sus capacidades para demoler a los seres humanos que se van encontrando. Bateman es una máquina metrosexual sin sentimientos. Solamente, expresa su odio y envidia a través de los homicidios, y demás actos retorcidos. Parece como si ese vacío que tiene en su vida lo llenara solamente de música y de asesinos en serie a quienes adora como dioses. Además la minuciosidad conque detalla a las personas desde su ropa, la marca y el estilo de ésta me recuerda el escaneo que hace la máquina Terminator de sus víctimas, que sólo con observarlas y registrarles el rostro las identifica. Así sucede en la sociedad de esta película en donde un estilo de gafas y un vestido Armani permiten identificar a una persona, y por eso se dá pie a identificar a la persona incorrecta. Es increible como una marca y un estilo son la cédula de alguién, en la desfachatez humana en que viven estos personajes.

El filme es una reflexión hacía esa vida yuppie de la cual muchos hemos bebido en estos días. Uno como espectador siente escozor por contemplar hábitos que se nos hacen familiares, ya sean el gusto por la buena comida, el implemento de lo último en técnología o identificarse con aspectos como la metrosexualidad y el culto al cuerpo. Es un choque que intenta repeler una identificación con Patrick Bateman, pero creo que es imposible, ya que es muy díficil no compartir varios aspectos sí se proviene de una generación nacida durante esa década.


Al final de la trama, la mente le juega al protagonista anti-héroe una mala pasada y uno se puede percatar de lo enfermo y lo sinvergüenza del capitalismo conservador de los años ochenta. Ese que nos está pasando una cuenta de cobro en la actualidad y que ha permitido que los yuppies contemporáneos se convierten en esclavos de su propio crédito. No obstante, la película no nos enseña eso, sino mas bien lanza una advertencia de lo sobre humanos que nos vamos convirtiendo con cada generación y de lo importante que es contrarestar las viabilidades o facilidades que nos otorga todo aquel sistema que nos rige.

lunes, 16 de marzo de 2009

Los ideales de una generación


Revolución, masas, inconformidad, ansías de cambiar el mundo; y la respuesta se hace esperar. Sí se mira hacía los ochenta, tal vez hasta los noventa, la pregunta sigue siendo, qué carajos nos quedó de aquella década revoltosa y ampollante. De seguro, es fácil entender por qué esa generación vitoreaba y se cuestionaba todo. No debe ser sencillo ser gestado en una época post-guerra. Tampoco sería facil, herir el orgullo europeo y contemplar el engranaje del imperialismo estadounidense, luego de la segunda guerra mundial. Es por esta razón que mi generación y la que venía antes son tan pocos revolucionarios desde el punto de vista de los ideales.


¿Ideales para mi? no son más que una faceta adolescente, debo aceptar que crecí amparado bajo el final de la guerra fría, no me acuerdo de cuando el muro cayó; es más no me acuerdo ni de cuando estaba el muro. Nací a finales del año 87, mi conciencia despertó en los noventa, y lo único que conocí fue el terror del narcotráfico y una selección Colombia de fútbol que tocaba el cielo. Quería ser bombero y patear un balón; una balacera y un muerto eran cosas rutinarías. Recuerdo haber presenciado un enfrentamiento entre sicarios y escoltas mientras mi papá me halaba hacía adentro de su viejo Renault 21. Pero no recuerdo la inconformidad de algún aspecto político, de pronto, lo más grave para mi, fue no tener un pasaporte foráneo para poder pasar por la inmigración de otro país mas rápidamente. Pero ni siquiera mi padre me implantó sus ideales o los que habia borrado en el preciso instante en que el mundo laboral y capitalista los habia absorbido.


La adolescencía fue el pico. Las lecturas de los futuristas pesimistas me fueron creando una capa seudo manifestante, pero no fue sino revisar los hechos históricos para percatarme que nadie habia logrado nada. Asimismo, me encontré calcando las mismas situaciones que generaciones pasadas. "La música rock se murió," dije cuando conocí a Nirvana un poco tarde, tenía trece años y Kurt Cobain se había suicidado siete años atrás. De la misma forma, Lester Bangs había pronunciado el obituario del rock, incluso antes que el rock progresivo de Pink Floyd explotara. No creía en la literatura nueva, ni en las peliculas nuevas, para mi todo lo recalentado era mejor que lo que estaba ocurriendo.


Fui creciendo alejado al mainstream de mi generación y pretendí haber crecido en otro año. Quise nacer en los sesenta y poder vivir en el punk de los setenta, después quise haber nacido en el año 77, cuando mis padres se casaron; me imaginé grungero. Me imaginé contemplando la caída del muro de Berlín como cuando contemplé la de las torres gemelas, como también aborreciendo la plasticidad de los ochenta y su mirada ultraconservadora. Me imaginé con los jeans rotos y el pelo largo, con botas Dr. Martin y una rumba roquera en el mítico bar, La membrana de Bogotá. Así como tambíen me imaginé llorando aquel 8 de abril de 1994; e intentando acrecentar mis ideales con los videos de Pearl Jam y Soundgarden. Sin embargo, son emulaciones de épocas que no viví.


Mi generación fue aburrida. No hubo una contracultura de dónde agarrarse y nos tocó rencauchar todas las tendencias pasadas. De eso vivimos, de tendencias y estilos. Nos tocó el ipod para escuchar las viejas canciones de Hendrix y Clapton. Desgraciadamente no tuvimos la fortuna de intercambiar acetatos. Asimismo, a las chicas les quemábamos cd´s y no les recopilábamos la música en casettes de dos lados. No tuvimos que ahorrar para comprar un albúm, es más ya no escuchamos un albúm completo. Los albumes de fotos dejaron de existir y ahora el facebook reemplaza las memorias que en otros tiempos eran tangibles. A fin de cuentas no me siento parte de una generación que se encuentra digitalizada y me entran aires de nostalgía por lo análogo que era la cotidianidad, como lo muestra Bertolucci en su película.


Ahora se vive del vintage, de la recopilación y de la alusión. Así como el filme Wall-E hace un espléndido homenaje al cine mudo y a los musicales, la pelicula Los Soñadores recuerda una epoca en la cual se podia soñar y jugar a cambiar el mundo. Theo tiene sus ideales, aunque no sean de su mera convicción. Mathew, huye de su contexto, pero encuentra coyuntura en una Francia que no tolera la guerra de Vietnam, en cambio, él simplemente no tolera la violencia. Michael Pitt no deja de recordarme al Cobain de Van Sant, y la hermosa Isabella es el cliché de la femme fatale, una mujer hermosa y extraña capaz de hacer ceder los instintos de cualquier hombre.


La última escena es lo mejor de la pelicula, cuando Mathew huye. Él se aleja de una problemática que lo permea y que también permearia a su país con las luchas raciales y el hippiesmo. Pero no sólo él huye, sino todas las generaciones que lo siguieron. Al fin y al cabo el capitalismo acabó con nuestro juego de ideales y contracultura, acabó con todas ellas, las terminó adheriendolas a sus mercados y cesaron las identidades generacionales. Porque qué nos queda ahora. ¿por qué lucharíamos los de mi generación?