sábado, 25 de diciembre de 2010

El temporal


 Las piezas encajaban como fichas de un rompecabezas, Bernardo tenía la certeza de que más allá de las conspiraciones y demás tramas armadas dentro de su cabeza, el suceso en que se había visto involucrada su esposa era otra de las tantas señales que había obviado en su vida. Tal vez había sido la copa de vino derramada durante la ceremonia en el blanco vestido de la novia o la extremada aceleración de un tic nervioso en su ojo. Desde el principio supo que la mujer que había tomado como compañera para toda la vida no era la indicada. Nunca la había amado, pero todos los días pretendía hacerlo. Y ahora estaba ante él, aquel pequeño ser humano que le robaba la cuchara y la golpeaba contra el plato de comida. Su reacción fue alejarse y subirse las mangas de la camisa mientras sostenía el teléfono con la mano derecha. Se dejó caer en una de las sillas del comedor y habló con el sheriff del condado. Éste le estaba comunicando que en ese mismo instante un patrullero de Forth Bend se dirigía hacia su casa con la intención de recogerlo para llevarlo al lugar de los hechos. Debía reconocer si en verdad el vehículo que se había deslizado por el puente del Oyster Creek era el de ella. Los primeros reportes hablaban de un acompañante masculino en el puesto del conductor. Una pareja de ancianos retirados estaba esperando en el lugar para testificar cómo el automóvil había rodado hacía la quebrada pegado a una gran capa de hielo negro. El límite de velocidad en ese tramo era de 65 millas por hora, pero todo parecía indicar que conducían a más de 120 al momento del impacto. Los primeros equipos de auxilio que habían arribado no alcanzaron a sacar los cadáveres, se necesitó de una llave maestra para retorcer la lata de la camioneta y sacar unas masas congeladas y deformes de aquella máquina alemana. Las bolsas de aire no se habían activado porque ninguno de los dos llevaba puesto el cinturón de seguridad y lo único identificable en el auto eran una bolsa para llevar de Jack in the box y un vino tinto californiano.

 Comprendió que su matrimonio había terminado, sin embargo para él todo había sido una farsa completa. Se levantó de la silla y agarró la cuchara que el bebé le había rapado minutos antes. Tomó la compota de zanahoria que había guardado para el final de la comida, le levantó la tapa y limpió la cuchara con un trapo antes de introducirla en el tarro. Limpió con un paño húmedo los restos de comida que le habían quedado en la boca y manos al niño, le quitó el babero y luego lo levantó. Tomó de nuevo el teléfono y llamó a la vecina, le contó brevemente sobre el acontecimiento de una calamidad familiar, pero no le dijo la verdad, le pidió el favor de hacerse con el pequeño mientras regresaba. Subió las escaleras le cambió la ropa, le armó una maleta improvisada con un par de pañales y una piyama. Cuando se encontraba cambiándolo de vestimenta, el timbre de la puerta sonó, alcanzó a ver por la persiana del cuarto que la patrulla estaba estacionada en la entrada de garaje. No se apresuró, espero a peinar al bebé y se acordó de algo que había dejado en el cajón de la mesa de noche. El timbre había sonado por lo menos tres veces y ahora el teléfono estaba repicando. Se colgó en el hombro derecho la pañalera y cargó al bebe con su brazo izquierdo. Sintió que el celular en su bolsillo estaba vibrando, pero al entrar a su cuarto decidió botarlo sobre la cama. Abrió la gaveta y encontró el paquete de Camel que había guardado por un año. Los tomó y bajó las escaleras. El oficial Mike Waite había entrado por el patio trasero y se encontraba golpeando la puerta de la cocina.

 Bernardo salió por la puerta del frente y se dirigió a la casa de al lado para dejarle al bebé a Virginia Willows, su vecina. El oficial salió corriendo hasta la patrulla cuando escuchó como se cerraba la puerta principal de la casa y justo en ese momento se percató de la conversación entre ambos vecinos además de la entrega del bebé. El oficial entró al vehículo y lo esperó. Virginia, no había hecho preguntas pero era imposible notar el desconcierto de su rostro. Terminó de darle unas instrucciones y se despidió como si nada grave estuviera sucediendo, mientras caminaba con sigilo hacia donde estaba el policía. 


 El oficial Waite fue muy acertado en no musitar palabra y le ofreció un encendedor apenas observó que sacaba un cigarrillo de su cajetilla. Durante todo el camino ambos posaron sus miradas sobre el paisaje que se venía aproximando, aunque para Bernardo era más que un recuerdo de la cotidianidad. Los lugares se aparecían como recordatorios de su vida y de la rutina diaria que llevaba a cabo durante los últimos dos años. Primero una guardería donde dejaba a su hijo para ir al trabajo, ya que ella se negaba a cuidarlo. Luego una escuela elemental con su cancha de béisbol vacía y un par de buses estacionados, en ese instante se le vinieron a la cabeza imágenes de familias reunidas para las festividades y mientras tanto ella pensando en sus escapadas amorosas.


 Había olvidado lo seco que se tornaba el aire en invierno, se preguntó en su cabeza qué iba a hacer para la cena de navidad o sí de verdad iba a haber una. Se regocijó cuando entraron por la US-59 y pasaron por la zona de la prisión de Palomar Cove. Había olvidado lo cerca que se encontraba su vecindario de aquella prisión, antes de cruzar había un aviso de prohibido recoger autoestopistas en dicha zona. Se rió porque nunca imaginó recoger a nadie que estuviera solo caminando en una autopista. El paisaje continuó hasta que la nieve se hizo cada vez más predominante. El oficial Waite recibió un llamado del Sheriff por el radioteléfono, éste le preguntaba si se encontraban cerca, la afirmación era un código entre policías, pero lo había entendido a cabalidad. Justo en ese momento también escuchó que el Sheriff recomendaba ir despacio porque un frente frío había comenzado y se estaba formando otro temporal. Mike Waite pensó que lo más saludable para su pasajero era que redujera la velocidad y le ofreciera un café. Bernardo se negó aunque le pidió más fuego para prender otro cigarrillo, el oficial le entregó el encendedor y bajó la ventana un poco para que el humo circulara y saliera del vehículo. Mientras tanto, Bernardo reproducía en su cabeza diferentes situaciones de su esposa con el otro tipo. Estaba seguro que ella se dirigía al Motel 8 que se encontraba en el límite con Missouri City a las afueras del condado. Era chistoso como se la pasaba encontrando pequeños jabones en su baño con el logo de ese lugar, sin siquiera el más leve deseo de ahorcar a su mujer. Miró hacía la espesa blancura y vio un vendaval de hielo que se aproximaba, entonces despidió una bocanada de humo y se hizo una imagen mental de los cuerpos congelados mientras observaba los copos de nieves que rozaban contra el vidrio panorámico. Enseguida se le dibujó una sonrisa en el rostro y le preguntó al oficial: ¿Y usted qué hará en la nochebuena?

Por: Guillermo Palacio