miércoles, 20 de octubre de 2010

Un oda atómica a Bomba


Actualmente hay una banda que me mueve las fibras emocionales y hasta patriotas. La banda es colombiana y se llama Bomba Estéreo. Se encuentra conformada por una joven cantante samaria y un artista visual bumangués. La banda lo que hace prácticamente es fusionar la cultura musical de la costa Caribe colombiana y agregarle ciertos elementos de la cultura popular estadounidense. A fin de cuentas lo que la banda logra es que los jóvenes colombianos que han crecido, ya sea desde la televisión, la radio y la Internet, bajo el manto de una cultura gringa, vuelvan a sus raíces y escuchen esa música que proviene del mestizaje. Cumbia, champeta, tumbao y demás géneros musicales que provienen de esa tambora que es la madre de los ritmos caribeños.

Es increíble como muchos jóvenes no saben quién es Totó la Momposina, ni Petrona Martínez, pero si saben quien es Li Saumet. También es muy peculiar que no sepan que la canción Feelin’ copia el coro literal de Morrocoyo de Los Gaiteros de San Jacinto, asimismo aleja de la periferia a los Picós y los Sound System. Ya que han dejado de formar parte de lo que se conocía como las verbenas, las fiestas que emulaban a las de los clubes sociales de los estratos sociales altos, para consolidarse en las rumbas y los conciertos alrededor del mundo. Todo esto va de la mano de una nueva movida que ha comenzado con grupos como Sidestepper y Choquibtown.

En Bomba hay ciertos elementos que traducen a la banda en una nueva forma de lenguaje. Son un intertexto entre los códigos de una cultura específica colombiana y una cultura pop que trasciende e identifica a una generación. Las letras en ingles, las vestimentas de ropa asociada con el Hip-Hop, los covers de clásicos de la música anglosajona; como también ese ambiente que no es colombiano tradicional, ni gringo. Es la apropiación de unos elementos que gestan un nuevo movimiento musical colombiano.

Sorprende cómo todos ensayan sus bailes de champeta, cómo han dejado de mirar con cierto desprestigio y menosprecio a la música colombiana, igualmente cómo músicos palenqueros como Batata se han compenetrado con personas de otras regiones del país y cómo los picós se volvieron elementos esenciales en las rumbas de los jóvenes de estratos altos en la capital. Bomba Estéreo no está haciendo algo nuevo, sino que lo está reinventando, y no por esta razón dejan de ser creadores de una nueva onda a nivel musical.

lunes, 18 de octubre de 2010

La industria discográfica corta su tajada


Hace un año aproximadamente salió a la venta el último álbum del cantante vallenato Carlos Vives. Lo recalco porque Vives es quizá mirado de reojo por aquellos que sienten en sus corazones los pálpitos de un acordeón, aquellos que fueron bañados de niños en río Guatapurí y que viven esa música como la banda sonora de sus vidas. Hago mucho énfasis en describir a este público porque son casi en su mayoría quienes no ven en Vives en verdadero vallenatero, pero a decir verdad yo pienso que son injustos. Tal vez, él no le llegue ni a los tobillos a los juglares como Escalona (a pesar de personificarlo), Alejo Durán, Juancho Polo Valencia o Emiliano Zuleta. También no hay que olvidar a Diomedez Díaz y Juancho Rois, de pronto los más recientes. Carlos Vives fue quien en cierta medida generó una mutación del vallenato, le dio un segundo aire y permitió que trascendiera barreras a nivel territorial. Es válido que en muchos rincones del país, sobre todo en la región Caribe esto no era necesario, ya que el vallenato ha estado presente en muchas formas y diferentes 'nuevas olas' de generaciones. Pero era evidente que para que se saliera de la jaula musical este género tenía que ser escuchado por otras culturas. Por esta razón le doy el crédito a Vives, más aún porque su incansables intentos musicales por fin dieron fruto cuando comenzó a reconocer aquellos ritmos que escuchó mientras iba creciendo. Aquellas melodías que no son imperceptibles hasta para el más acérrimo roquero costeño.

Ahora, cuando sacó a la venta Clásicos de la Provincia II el regocijo fue aún mayor porque lo hacía mediante un convenio con una empresa de supermercados nacionales y además el precio era sumamente justo y barato frente a lo que cualquier otro artista habría propuesto. Enseguida me remití a lo que mi banda favorita de rock, Radiohead, realizó en el 2007 cuando montaron para descarga gratuita por Internet un demo del álbum en el cual se encontraban trabajando en ese momento el grandioso In Rainbows. Ellos permitieron que sus fans descargaran desde la Web todo el material que había editado y las canciones que sacarían en su siguiente trabajo discográfico. Igualmente, no especificaban un precio por el material e insinuaron que quienes desearían podían pagar el monto que les diera de la gana. De esta forma se gestó un gran fenómeno en donde personas llegaron a pagar hasta miles de dólares por el material y esto les dio el aval a la banda de remasterizar y sacar a la venta el álbum completo en el año 2008. In Rainbows sorprendió a todos menos a los fans de Radiohead quienes saben que ellos son una de las bandas que tiene muy claro cómo comportarse ante los últimos movimientos que azotan el entorno musical. Debido a esto, es que siempre he considerado a Carlos Vives como una persona que también ha revolucionado la música, él hace casi 2o años decidió apostarle al vallenato clásico aún cuando muchos especulaban que sería otro proyecto fracasado de Vives con la música, sin embargo lo sacó adelante con una disquera independiente y logró callar muchas bocas. Por estas acciones y muchas otras es que pienso que Vives es un revolucionario en nuestro país y me quitaría el sombrero varias veces ante él. No obstante he comenzado a odiar lo que la famosa Shakira ha intentado copiar en estos últimos días.

Supuestamente hoy sale a la venta su último disco. Ya no sé qué pensar de una artista que creció imitando los trabajos de Alanis Morisette y Shania Twain en los años noventa. Shakira fue una figura pública en desarrollo a principios de la pasada década y se consagró como uno de los símbolos latinos en el mercado anglosajón, tanto así que es muy reconocida y contratada en todas partes del globo terráqueo, pero muchos extranjeros ignoran que proviene de un país llamado Colombia. A la vieja no le resto importancia en varias obras filantrópicas, ni mucho menos digo que niegue su procedencia. Por sobre todas las cosas ellas siempre ha hecho el statement de que viene de nuestro país, pero actualmente es su música la que me fastidia. Comenzó componiendo canciones con excelente líricas y pasó a otros géneros que la verdad no le permiten crecer como artistas musical, sino más bien como bailarina. Sus conciertos se volvieron un show mediático de juegos pirotécnicos y bailes en demasía que más bien podrían ser parte del Cirque du Soleil. Su credibilidad como artista ha decaído, pero su fama va en aumento, aunque se le puede otorgar buen mérito por los boleros que escribió y cantó para la película El amor en los tiempos del cólera. Proveniente de una arremetida del mismo Vives quien decía que ella le cantaba al río Hudson pero no al Magdalena. Esto desencadenó la buena canción Hay Amores, y me atrevería a decir que fue lo único bueno a nivel de lírica que hizo en los últimos diez años. De todos modos no hay que olvidar que en algún tiempo ella fue una gran compositora, aquella que escribió canciones tan excelentes como Octavo día, Tú o Moscas en la casa, entre otras. Mientras tanto, ahora quiere descrestar con su nuevo álbum y con un sencillo tan vacío como Loca. Loca ella que pretende convencer a los verdaderos amantes de la música con sus sonido prefabricados y sus canciones envueltas como comida rápida. Ahora quiere vender sus discos a un precio inferior y hacer un convenio con los almacenes Exito, esto no se debe a la intención de lanzar un productos más asequible para sus fans sino lo que realmente quiere es ver de qué manera se monta en el mismo bus de Vives. No obstante ese bus parece que cada vez más se va llenando de pasajeros provenientes de grandes compañías discográficas.

martes, 5 de octubre de 2010

Oficinas sonámbulas


Siempre me he preguntado qué hacen las luces de los edificios empresariales prendidas en horarios no laborales. No sé por qué me hace imaginar algún affaire o es posible que esa es la hora de alguna rutina de aseo, pero aún me causa extrañeza que estén tan prendidas las luces. Como soy un noctámbulo empedernido, siempre ahogo el soponcio de las noches en vela con una mirada profunda desde mi ventana. Desde ahí puedo contemplar con extrañeza el hecho de que aún se esté trabajando. A veces imagino que quizá algún jefe explotador pueda cargar de tantas tareas a sus subordinados y varios de ellos estén allí sentados en sus escritorios, con las pantallas de los computadores titilándole en la cara y la corbata desajustada. Una taza con el logo de la empresa al lado y un tinto amargo acompañando su desvelada. Podría imaginarme tal nivel de estrés y en ocasiones lo visualizo porque me parecería una contradicción absurda, allá ellos hastiados de la dichosa carga laboral y yo un insomnio viviente. Sin embargo, también imagino cosas o situaciones, será que espían a los empleados o será que hay quienes hacen reuniones secretas para tomarse uno que otro trago y echarse una jugada de póquer. No puedo dejar de observar esos cubículos iluminados y las sombras que pasan como zombies de un lado a otro. Hay momentos en que se demoran y me canso antes de volverlas a ver. Me parecería jocoso que simplemente fueran desocupados que se reúnen como una secta secreta a mover los hilos de la compañía. Aunque no me parecería extraño que fueran los mismos guardias de seguridad que se sientan en las sillas de los altos jefes y desordenan los papeles, tiran los adornos al piso y hasta se quedan mirando con total deseo las fotografías que hay sobre los escritorios. De pronto eso les generé placer o tal vez eleve sus ínfulas de poder, pero es extraño que las luces sigan prendidas en la madrugada. Las oficinas nunca duermen por lo visto, ni yo tampoco.

domingo, 3 de octubre de 2010

El hombre mediocre y su victoria II


II

Había leído su nombre en una revista que un año atrás desconocía, fue justo a mediados del décimo grado cuando un amigo desenfundó la última edición de una revista que, según él, me iba a matar. Leí su nombre y me pareció jocoso, le eché una ojeada a la portada y me pareció un poco bizarra. Un Batman blanco aunque negro de piel me asomaban hacia el periodismo literario, para mí desconocido. Se vanagloriaba de ser una publicación de lecturas paradójicas y las ilustraciones la hacían apetecible a mis ojos. Entre los diferentes artículos me encontré con uno sobre el feminismo titulado: “Me gusta ser mujer (odio las histéricas)”. Se me vino a la cabeza la imagen de Florence Thomas, me acordé de cómo me autoproclamaba como un hombre feminista y los reclamos que le hacía a mis amigas. Todo porque había crecido en un hogar dominado por mujeres, pero ni yo mismo sabía lo que era ser un supuesto feminista. Las palabras de Guerriero me sedujeron por su poca coherencia con el tema, no era un escrito catedrático ni mamerto, era un recuento de cómo ella había tenido que crecer bajo la rúbrica de una ‘señorita de bien’ en una sociedad mojigata que aprisionaba a cualquiera por mantener unos valores que poco a poco se diluían. Antes de leerla, Leila me sonaba algo vetusto y casi amargo, como la leche que se corta y uno bebe por equivocación, no obstante me decanté por su prosa e incluso quise leer más. A los pocos días fui a varias librerías para saber qué más había sobre ella, mi decepción fue grande cuando nadie me supo responder, nadie la conocía.

—“Se llama Leila Guerriero y escribe para una revista llamada El Malpensante o algo así, ¡ah y es argentina!”, pregunté a varias personas que atendían en las librerías.

—“No niño, de pronto ni ha publicado, porque no tenemos nada”, me respondieron en todas las ocasiones, incluso me llegaron al preguntar: ¿No será una escritora infantil”.

viernes, 1 de octubre de 2010

El hombre mediocre y su victoria


I

Observé el piso mientras esperaba a que el tiempo se apresurara lo más aburrido de asistir sin compañía a los festivales culturales es encontrar un respiro de tanto choque de egos. Entre conversatorio y conversatorio siempre me niego a hablar con alguien y sólo camino por los pasillos del lugar para observar a las figuras que desfilan en este tipo de acontecimientos. Me encontraba en el primer Festival Malpensante denominado “F-10”, corría el año 2006 y había acudido por mi propia cuenta ya que ninguno de mis acompañantes habituales se encontraba en el país. No sabía con qué me iba a encontrar. Simplemente me impulsaba el hecho de poder contemplar la irreverencia de Fernando Vallejo, pero decidí aventurarme y conocer a otros autores. Entré a lo que me imagino sigue siendo la Biblioteca del Gimnasio Moderno. Un lugar terriblemente impecable. No sabía qué hacer ni dónde hacerme, a mi lado revoloteaban la ‘crema y nata’ de lo que podría denominarse: sociedad cultural bogotana. Me encontré por primera vez con Vladdo repartiendo sus pasquines y hasta un Alberto Salcedo Ramos llegaba a ‘mamarle gallo’ a todos. Luego de un rato observé que la sala se llenaba. Me colé entre las personas que se encontraban afuera, pensé que habían confundido esto con un coctel. Todos con tragos en la mano y uno que otro canapé. Eran las 10:00 a.m. y a mí no me ofrecían ni un vaso de agua. Cuando me senté me percaté de que Guido Tamayo estaba situado dos sillas adelante. A los pocos segundos llegaron todos, Julio Villanueva Chang y Alberto Salcedo eran los panelistas. Sin embargo había otra persona al lado de ellos, era una mujer. Me llamó la atención la melena desajustada que se paseaba por el aire a pesar de que el esbelto cuerpo del cual sobresalía se encontraba totalmente quieto, su nombre era Leila Guerriero.

“Buenos días”, dijo en su afable acento argentino.
“Jamás pisé una facultad de periodismo y quién sabe si eso me hizo mejor escritora”, miré mi carné universitario en ese momento.