domingo, 12 de julio de 2009

El perfume de la adolescencia


En una discusión sobre música me dijeron que todavía seguía apegado a la vieja vanguardia grungera de los años noventa. De acuerdo a mi respaldo a las bandas provenientes de Seattle y mi acérrima defensa hacía la poca valoración de los Pixies, el señor Angel Perea me definió como un joven que todavía se encontraba impregnado por el perfume de la adolescencia. Su respuesta fue un tanto agradable e inquietante. En ese instante, me reí y acepté el rótulo, pero luego de unos días de pensar no lo termine de digerir y rechacé el término.

Durante varios meses pensé cómo sería seguir en el perfume de la adolescencia y por qué yo seguía siendo ese eterno adolescente. Sin embargo, recordando sobre mi adolescencia me acordé de lo diferente que quería ser, pero que a pesar de muchos intentos no pude lograr.

En los duros días de ser un adolescente en la calurosa Barranquilla, escuchar rock era sinónimo de ser alternativo. Si no te vestías con las camisetas de Banana Republic, Armani Exchange o Polo y con los jeans Diesel, eras bastante raro para vivir en esa sociedad. A pesar de eso nunca me agradó vestirme de camisa tipo polo porque la mayoría de mis compañeros lo hacían y hasta algunos iban a Miami para terminar comprando las mismas camisetas que los demás compraban y de esa forma todos terminaban uniformados. No entendía como muchos se quejaban del uniforme del colegio si al final todos salían a la calle vestirse igual.

La locura por la etiqueta es un mal que aqueja a todos los barranquilleros y desgraciadamente es un mal de las clases medias y bajas . Para mi usar los jeans de una marca cualquiera y camisetas de bandas de rock era el mayor alivio ante ese fervor que desgraciadamente obnubila mi ciudad. Pero lo que nunca capté fue que por pensar de que me salía de dicho estereotipo estaba ingresando a otro.

Para salirme del plano más típico, intente llevar el pelo largo, usar Converse o en su defecto tenis malgastados. De igual forma, fui adoptando como refugio el rock, el cine y la literatura. Sentí que era especial cuando empuñe Técnicas de Masturbación entre Batman y Robin y lo devoré en un segundo. Fui adoptando de iconos a Cobain, Vedder y a Medina Reyes. Me decanté por la ciudad inmóvil de sus obras y me identifiqué con la situación.

Me sentía diferente porque mis temas de conversación eran sobre la luchas guerrilleras cubanas y sabía quién era el personaje de boina que todos los izquierdistas llevaban en sus camisetas o uniformes. Era el non-plus-ultra de mi promoción porque no sabía nada sobre la última batalla entre Peter y Silvestre. Sentía ser el único que adoraba el cine de Gondry y sus vídeos. Pero desgraciadamente no hice más que resaltar y subrayar otro cliché.

Desgraciadamente cuando caí en la cuenta de lo muy mainstream que era Cobain y que lo único valioso de su muerte es creer que se suicido para no ceder ante lo comercial, aunque es más probable que la depresión tan hijueputa que la heroína le produjo lo haya llevado a volarse la cabeza. Pero lo verdadero es que no hay nada más mainstream, clichesudo y esterotipado, que caer bajo alguna contracultura que ya ha sido absorbida por la cultura. Es decir, me provoca escozor pensar en cómo me creía de una raza diferente en esos años, pero lo que no soporto es ver cómo personas que hace rato dejaron los años de adolecimiento siguen pensando en la vigencia de esos iconos.

No puedo creer como algunos siguen adorando al Ché si no es más que un guerrillero que murió masacrado en los montes de Bolivia y no logró lo que Fidel si. Al menos Castro podrá morir en una buena cama, sabiendo que recolectó mucho dinero y que volcó a todo un pueblo a la miseria, mientras el gozó de las mieles del capitalismo y el dinero. Odio a aquellos que creen que la música underground siempre es la mejor y que lo comercial siempre termina acabando con lo bueno. Desafortunadamente lo comercial nos brindó, tal vez, la última contracultura que tuvo la música y fue el grunge en los noventas. Se llevo la música independiente de los ochenta a un plano comercial y de allí Nirvana, Pearl Jam, Sonic Youth, Soungarden y todas las bandas que las precedieron.

Comprendí porque a Medina le dicen: "El niño malo y genio de la literatura colombiana", porque pese a que sus obras son entretenidas y fáciles de leer, sus conceptos acaban por redondear la figura de aquellos que todavía siguen impregnados por el perfume de la adolescencia.

De todos modos no quiero salirme de la estela. Aquellos que seguimos escuchando Nirvana y viendo la última película, o mejor debacle, de Gondry continuamos con el espíritu a bordo. Sólo que simplemente aceptamos que vivimos en el mundo consumista del capitalismo. Y lo soportamos.

2 comentarios:

  1. "Todos dudamos de un héroe que sobrevive. (Un Che gordo y pelado, hoy día, entubado en la cama geriátrica vecina a la de su jefe, no vendería tantas camisetas como vende.)" Carlos Franz...

    Para que vea las ideas de la contracultura en los movimientos literarios http://www.elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=890&pag=3&size=n

    Claro que, para mi, es mucho más contundente este genio
    http://elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=892.

    Aprovecho para felicitarlo mi hermano... estas discusiones serán eternas, pues algunos, como yo, vivimos de nadar contra la corriente y de hablar pestes contra ella, así seamos conscientes de que la corriente siempre nos va a arrastrar.

    Un abrazo, José A. Jaramillo

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  2. Valido punto, aclarar que cada pasaje cultural tiene detractores igualmente esterotipables. Toda comunidad posee un Meursault mas bien izquierdozo con delirios de Pastor de Rebaño.

    Brillante apunte, Alberto Reales

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