jueves, 19 de marzo de 2009

Muerte al Yuppie


Psicópata americano es el mejor retrato que se pudo hacer de una década como los años ochenta, es a la vez la versión encarnizada y humanizada de aquel Charlie Sheen en la película Wall Street, y la acepción de una problemática que alcanza nuestros días, como la crísis económica. El personaje de Patrick Bateman es simplemente, una confirmación de las teorías tecnológicas de Marshall McLuhan y el cumplimiento de lo cyborg que el autor estadounidense Phillip K. Dick, viene planteando desde hace unos cuarenta años.


"La década de los ochenta fue la del guayabo", se dice por allí. Se venía de una decada inquietante como los sesenta y otra década pachanguera como los setenta, entonces se cayó en la peor resaca social vista jamás, conocida también como la ultraderecha conservadora. Las personas que crecieron en hogares difuncionales o hippies deseaban dejar a un lado esa faceta para convertirse en algo totalmente opuesto a lo que sus padres eran. Sí uno se percata las series de televisión de los ochenta mostraban visos de esta situación. Hasta el mismo Bateman en una de sus charlas con sus amigos sobre el ex-presidente Ronald Reagan plantea la posibilidad de los viejos valores, los cuales se plantean pero se desvirtuán en el momento de la práctica.


El show de la familia Cosby reflejaba los valores de una familia de etnia negra que intentaba asemejarse a lo que más se pudiera a cualquier familia blanca norteamericana. Muchos le creyeron a Cosby semejante formalidad, aunque fue la actriz que interpretaba a la hija menor quien decidió salirse de esos cánones para demostrar las forzadas conjeturas de la serie, al cambiar su imagen luego de su adolescencia y posar desnuda. Asimismo, Lazos familiares en su introducción mostraba las fotografías de los padres hippies sesenteros pero terminaban en las de los hijos. El mayor de ellos, interpretado por el actor Michael J. Fox, no era sino un yuppie en potencia esperando a salir al mundo laboral.


Los yuppies fueron el virus de los ochenta y más aun el cumplimiento de presagios orwellianos y huxleyanos. La tecnologia brotaba del hombre desde sus manos y se apoderaba de éste, pero no para los fines de optimización humana, sino para convertirlo en un máquina sin sentido. El director James Cameron estrenaba en el año 1984 una película muy famosa titulada, Terminator hecho totalmente analogico para analizar a Bateman, porque qué diferencia puede haber entre los dos. Uno mata por trabajo, y el otro no trabaja por matar.


Ambos son máquinas, entes que vagan por el mundo aprovechándose de sus capacidades para demoler a los seres humanos que se van encontrando. Bateman es una máquina metrosexual sin sentimientos. Solamente, expresa su odio y envidia a través de los homicidios, y demás actos retorcidos. Parece como si ese vacío que tiene en su vida lo llenara solamente de música y de asesinos en serie a quienes adora como dioses. Además la minuciosidad conque detalla a las personas desde su ropa, la marca y el estilo de ésta me recuerda el escaneo que hace la máquina Terminator de sus víctimas, que sólo con observarlas y registrarles el rostro las identifica. Así sucede en la sociedad de esta película en donde un estilo de gafas y un vestido Armani permiten identificar a una persona, y por eso se dá pie a identificar a la persona incorrecta. Es increible como una marca y un estilo son la cédula de alguién, en la desfachatez humana en que viven estos personajes.

El filme es una reflexión hacía esa vida yuppie de la cual muchos hemos bebido en estos días. Uno como espectador siente escozor por contemplar hábitos que se nos hacen familiares, ya sean el gusto por la buena comida, el implemento de lo último en técnología o identificarse con aspectos como la metrosexualidad y el culto al cuerpo. Es un choque que intenta repeler una identificación con Patrick Bateman, pero creo que es imposible, ya que es muy díficil no compartir varios aspectos sí se proviene de una generación nacida durante esa década.


Al final de la trama, la mente le juega al protagonista anti-héroe una mala pasada y uno se puede percatar de lo enfermo y lo sinvergüenza del capitalismo conservador de los años ochenta. Ese que nos está pasando una cuenta de cobro en la actualidad y que ha permitido que los yuppies contemporáneos se convierten en esclavos de su propio crédito. No obstante, la película no nos enseña eso, sino mas bien lanza una advertencia de lo sobre humanos que nos vamos convirtiendo con cada generación y de lo importante que es contrarestar las viabilidades o facilidades que nos otorga todo aquel sistema que nos rige.

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