lunes, 23 de febrero de 2009

Un lunes negro de carnaval

Odio madrugar un lunes de carnaval, sabiendo que en Barranquilla muchos todavía siguen bebiendo desde la noche anterior. Odio no estar gozando de la fiesta. Odio tener que observar la neblina en los cerros mientras voy montado en el bus. Odio no contemplar el sol sobre el cielo ribereño de mi ciudad. Odio mirar el reloj y ver pasar los minutos con retraso. Odio tener conciencia entre el día y la noche, me hace falta la parranda continua, me hacen falta mis cuatro días de carnaval.
También me molesta el magro sabor de la rutina y me duele la ausencia del fervor y la felicidad del pueblo 'quillero'. El café de esta mañana no me sabe a ron, ni siquiera el pan me supo a bollo e' yuca, y el almuerzo está distante del sabor de una butifarra para levantar el ánimo y una picada de chicharrones para espantar la borrachera. En Bogotá estoy embriagado, pero de tristeza. Los ecos del carnaval se cuelan por todas partes. Se ensañan en las vallas y hasta en las ofertas de las supermercados, pero de qué sirve tal publicidad en una ciudad en donde no hay carnaval.
Durante estos días me convierto en un cachaco con mirada despectiva hacia la Costa Norte colombiana. No me interesan las noticias, ni los paneos de una cámara en los desfiles, no me interesa hablar con mis amigos, ni siquiera contestar el celular. Descuelgo el teléfono cuando arribo al apartamento y no abro los mails, ni leo los mensajes dejados en facebook. Me exilio de mi tierra por unos dias y al contrario de Joselito revivo el martes de carnaval para preguntar por el guayabo del cierre de las festividades.

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